El libro en Chile en los años 90

La actividad editorial comienza a concentrarse en los libros escolares. También comienza un apoyo serio por parte del estado, pero con resultados muy modestos

Grupos editoriales y edición de textos escolares

Los años noventa destacan por la cada vez mayor participación de capitales extranjeros en la industria editorial del país. Ya a comienzos de la década, los grupos editoriales extranjeros habían logrado una posición expectante en el mercado chileno, como el grupo alemán Bertelsmann , Hachette Livre de Francia, y los consorcios Times Warner y Paramount –Simon and Schuster de Estados Unidos.

En un análisis del tipo de producción de libros en Chile, llama la atención que la industria editorial que opera en la franja del libro escolar (Planeta, Sudamericana, Ariel, Alfaguara, Grijalbo, Ediciones B, Arrayán, Santillana, etc) tiene significación para todo el sector del libro. De partida, es bastante mayor que la que opera en el sector del libro tradicional, de modo que más del 70% de toda la actividad editorial del país corresponde a la producción de textos escolares.

En Chile, a comienzos de los 90 existían 10 empresas: Andrés Bello, Arrayan, Didascalia, Ediciones Pedagógicas Chilenas, Indea, Norma, Salesiana, Santillana, Universitaria y Zig-Zag. Para Arrayán, EPC, Didacalia, Indea, Santillana, Salesiana y Norma, el rubro pedagógico corresponde más del 70% de su actividad, mientras que para el resto, el rubro texto es solo uno entre otros rubros.

Cada una de estas editoriales locales forma parte de una red de filiales o de empresas mixtas, dentro de una modalidad de operación que aprovecha (gracias a la informática y a otros avances tecnológicos) los beneficios de la trasnacionalización de las actividades editoriales.

Los grados de autonomía de las filiales o empresas mixtas con respecto a la casa matriz son –considerando el modelo señalado- variables. En el caso de Arrayán, la filial es autónoma en la gestión editorial y también administrativamente, pero dependiente y sujeta a control en el plano financiero.

Ya hacia 1994, el paisaje editorial se tiñe de la lógica de las modernas industrias culturales. Editorial Universitaria apostó por un mesianismo mercantil en lugar de su misión cultural, pero este esquema de Holding fracasó hacia 1998, lo que la llevó hacia la quiebra.

Este predominio de los grandes conglomerados no se dio solo en la producción textos escolares, sino que también se extendió al resto del mercado del libro. En este sentido destaca el fenómeno de la nueva narrativa chilena impulsado por editorial Planeta. Escritores insignes de este movimiento fueron Alberto Fuguet, Carlos Cerda y Marcela Serrano.

Así, la trasnacionalización del producto libro vino a imponer cada vez una mayor dependencia de la industria editorial internacional en los procesos de producción, circulación y consumo de libros e instaura una cada vez mayor dependencia.

Autoediciones y editoriales de autores chilenos

Ya en este tiempo, se comienza a notar la expansión de un fenómeno; las autoediciones. Ya en 1999, las autoediciones eran el 12% del total de libros editados en el país. De estos títulos, el 70% corresponde a poetas y un porcentaje importante de los autores corresponden a provincias, desde Iquique hasta Chaiten.

Hay que aclarar que las autoediciones son financiadas por los propios interesados. Se empezaron a crear algunos sellos editoriales para atender a este sector, como la editorial Cosmigonon en Concepción, Antiqua, Del Gallo, Rumbos, Platero ediciones, la Trastienda y la Red Internacional del libro en Santiago.

Es de destacar la editorial Lom, creada en 1990, que empezó publicando en 1991 apenas 3 ediciones por año, para llegar al año 2000, a un promedio de 80 títulos anuales, lo que la situa en el año 2000, entre las 5 editoriales mas importantes del país, y sin duda la más significativa en términos de edición de autores chilenos.

Apoyo del gobierno

Llama la atención que ya desde 1969, diversos sectores, como al CORFO, insisten en que el estado debe ser un agente fomentador del libro. Sin embargo, ya en el gobierno de Pinochet, no hubo voluntad política para concretar un proyecto y llevarlo a la práctica. Solo con la llegada de la democracia se plantea apoyar y fomentar el desarrollo de las industrias del libro. Ya en 1993, el Consejo Nacional del libro, creado ese mismo año, distribuyó via un fondo concursable, cerca de dos millones de dólares. Esa suma fue destinada a compras institucionales de libros , apoyo a investigaciones y bibliotecas, fomento a la crítica y campañas pro-lectura.

Títulos editados por año

1992 1010

1993 1306

1994 1566

1995 1554

1996 1972

1997 2093

1998 2382

1999 2555.

Fuente: Registro ISBN Camara Chilena del Libro

A juicio de Bernardo Subercaseaux, la incidencia conjunta de la Ley del Libro, el apoyo Pro-Chile a la exportación, y el incremento de textos donados por el MINEDUC, no se ha podido incidir en más de un 15% de este aumento de títulos al año. Si lo comparamos con el caso colombiano, en que una ley promulgada y puesta en práctica en 1973 que fomentaba la industria nacional del libro, les permitieron pasar de una producción aproximada de 800 títulos anuales a casi 4000, es decir, un aumento de un 500%. También elevo sus exportaciones de 4 millones de dólares a mas de 25 millones de dólares. Tan dramática diferencia con el caso chileno se puede explicar porque en nuestro país la política de estado ha sido más bien una política de mercado asistido, en circunstancias que tanto el cine como el libro requieren políticas de apoyo bastante más decisivas, integrales y focalizadas en la industria nacional.

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